jueves, 14 de mayo de 2009

Reflexión 4: Kill Ring

La mañana suele ser un problema para más de uno. Esa idea de salir del lugar que ocupamos durante varias horas para adaptarnos a un nuevo mundo, el que espera fuera de la cama suele ser insoportable y en algunos casos traumante.

No se si existe un orden de lo que hacemos una vez que dejamos de lado la cama. Dirigirnos a la cocina a preparar el desayuno que puede ser cualquier cosa que nos atraiga hacia una hornalla y después a la heladera o a la alacena.

Quizás nuestro primer destino sea el baño; aunque un tanto violento cuando el primer chorro de agua toca el cuerpo. Y cuando hablamos de chorro me refiero a la canilla del lavabo o pileta y no otros chorros con los que algunos se encuentran por no despegar bien los ojos. Pero no me voy a alejar a lo que suelo llamar "el momento".

El momento es cuando dejamos de lado el paraíso utópico al que llamamos sueño para escuchar el molesto y desagradable ruido del despertador, y digo ruido porque no llega a ser un sonido. Molesto e insufrible, hace que nuestra paciencia recién despierta empiece a condicionar nuestro día. De ahi las famosas charlas laborales del almuerzo donde escuchamos: “soñaba que Coria jugaba la revancha contra el gato Gaudio y aparecía D’elía diciendo -te odio, justo cuando sonó el despertador” o algunas apreciaciones más realistas como “era increíble cómo se me tiraba encima ese morocho esbelto al mejor estilo Globertrotter”. Sea cómo fuere el sueño, lindo o feo, malo o bueno, conveniente o perjudicial, hablado o movido, nos lo interrumpe generándonos un trauma que los psicólogos no advierten pero que es muy frecuente y que se suele conocer bajo el nombre de “sueño taladrado”.

Y mucha gente de muchos lados sufren esto, hasta los tibetanos más dormilones que de tanto orar se quedan dormidos. Lo que sucede con estos muchachos es que después de escuchar esta bazofia abren la ventana y ven algo similar a la casa de Heidi donde hay cabras conviviendo con vacas y teros. En cambio nosotros vemos el 24 estancado en Carlos Pellegrini a las tres de la tarde. Deberían tomar medidas contra este invento malicioso.

Así como se condena a la gente por violar las leyes deberíamos condenar a ciertos objetos que nos molestan, más allá de que sean para un beneficio y el despertador es uno de ellos. Y podríamos ahondar en los nuevos sistemas de alarma como los celulares que además de tronar nuestros tímpanos, vibran. O sea, mientras nuestros oídos empiezan a llorar sangre por este estruendo, la mesita de luz parece una mesa de telo sin el animal print.

Y así a cualquier hora. Seis de la mañana, siete, o peor aún, siete menos cinco. ¿Por qué será que tenemos la puta costumbre de programar un horario como ese? Es decir, cinco minutos menos no es la salvación y sin embargo lo hacemos. Y no ganamos mucho más que ver la temperatura o la humedad, ¿la humedad? ¿A quién le interesa la humedad? No creo que detengamos en la calle a una muchacha para decirle, “viste qué humedad que hace”, o al taxista, “apurate que me persigue la humedad”.

En fin, la mañana es para algunos aunque muchos la sufrimos.

Concluyo: El que se levanta temprano se acuesta tarde.